No esperaba nada de aquellos días, sólo dejarlos pasar, como pasaban las nubes, mientras el cielo se caía a chorros de la pena. Y entonces, llegó ella.
Su pelo tenía reflejos de sol, y llevaba ese vestido azul que tan bien le sentaba. Y su boca, con el color de las más ricas cerezas, se abrió como por primera vez cuando dijo:
-He venido a verte. Bueno, a ti, y a todos. Sé que no tengo por qué, pero mira como están... Pasaré unos días aquí, contigo y con vosotros.
Y así, con su maleta de flores, se instaló en aquella época del año que no le correspondía, malgastando (aun que "biengastar" le pareció a ella) unos días de sus vacaciones.
Todo salió según lo previsto. Se descongelaron las sonrisas, y empezaron a posarse donde antes sólo había muecas tristes. Se abrió paso el sol entre las espesas nubes, y el cielo dejó a un lado tanta pena.
Invierno, que siempre se había considerado una estación triste, comenzó a pensar que quizás, ese día como excepción, podría salir a la calle con unos vaqueros, y enseñar la mirada que escondía bajo ese bombín. Tenía los ojos grises, "Grises y bonitos", le decía siempre Primavera, como también le decía, a modo de promesa, que no se entrometería en su jornada de trabajo al año siguiente, aun que siempre volvía. A él no le gustaba que ella malgastase -"Pero si las biengasto, tonto"-, sus vacaciones allí, aun que fuesen muy pocos días... Sin embargo, a pesar del peso de las palabras, ansiaba cada año que llegase febrero, para que ella se dejase caer. Le sorprendió por ello, que esta vez apareciese un 13 de enero.
Ahora, Invierno se pregunta preocupado, si al haber cumplido su cupo de visitas anual, Primavera volverá a visitarle en febrero...
No sabe que se moría de ganas de verle, y que ya tiene preparado el vestido verde, que le visitará el mes que viene, y que en marzo le propondrá, que compartan estación.