Sin embargo, reconozco que me tranquiliza el hecho de saber, al menos, lo que no quiero ser: no quiero que mi vida se rija por mi edad, ni pagar una hipoteca. Tampoco quiero ser una de esas personas que se compran un jarrón porque les gusta, o peor, ¡dos!, uno para cada mesita de noche, y después no les dan ninguna utilidad. Que me pillen confesada si soy sorprendida recibiendo rosas y bombones por San Valentín, porque me comeré las rosas a la plancha reogadas al ajillo, e incineraré los bombones para meterlos en una urna de corazones difuntos. No pienso tener una cuenta secreta en un banco secreto con ahorros "porsiacaso", porque "nunca se sabe qué puede pasar", que me prive de mil comodidades para que finalmente no pase nada. Me negaré a dejar de comer chucherías y ver dibujos animados, sólo porque a su vez se me ofrezca "un buen telediario" fatalista, acompañado de un café de sobremesa que probablemente me irrite el colon. No será mi intención hacerme la interesante hablando de política en cenas en las que todos ansían descalzarse, aflojarse la corbata, y beber una copa, en vez de mantenerse en sus trajes de alta costura echos de compostura.
De todo esto, estoy segura. No me preocupa cuál es el camino que debo de seguir, supongo que aparecerá alguna indicación esquivando todos estos, y, a ser posible, huyendo también de la alarma del despertador.
Y sí, por su puesto, ¡pienso disfrutar del imserso!