jueves, 23 de abril de 2009

PRONTO, POR LA MAÑANA

En frente mía hay una señora que masca chicle compulsivamente, abriendo y cerrando las mandíbulas, dejándonos entrever los bailes que hace su lengua con el ente, ya sin forma, blanquecino.
Dos asientos a su derecha, la niña que hace un rato se urgaba la nariz, se come un moco. Sabe que la he visto. Disimula. Pero no se ruboriza. Sólo es un moco...
Vuelta dos a la izquierda. No sé si el chicle sabe a pies, o es que la señora tiene esa cara de amargada. Sólo despega la vista de su libro (no veo el título, es muy pequeño para mi miopía, y esta en el lomo de unas tapas negras, escrito en rojo. Como Sthendal) para mirar por encima de sus gafas (sin dejar de masticar) a todo aquel que osa entrar en el vagón. A veces se toca el colgante que lleva puesto, en forma de corazón partido, de esos que se comparten con alguien, supongo que, en su caso, será un mascador de chicle el afortunado portador de la otra mitad.
A su lado (esta vez sólo un asiento a la derecha) se ha sentado una señora con el 20 minutos. Tiene la boca y los ojos tan pequeños, tan pequeños, que se me antoja una comparación graciosa, pero sus rasgos se combinan en una expresion tan humilde y vulnerable, que me prohibo ser ni medio-mala. Se baja en Puerta del Angel.
En su lugar, llega una pareja. Se sienta la chica, y él se queda en frente, de pie. Le gusta mirarla desde arriba. Nuestra chica-boomer, desmejorada por la edad, le da un repaso de arriba a abajo, y después, con todo el descaro posible, me regala su perfil para hacer lo mismo con su frente a la que ha ocupado su derecha. ¿Pensará que hacen buena pareja, o se regocija porque ellos no llevan el medio corazón?
Cierra el libro. Parece que se va. Lo guarda en el bolso y saca una funda de gafas. Dentro, hay unas blancas, que intercambia con las negras que lleva puestas. Miopía e hipermetropía, ¡uf!. Suspira, y por fin, tras OCHO paradas, relaja la mandíbula. Se acicala el cabello mechado y fosco (posiblemente esto sea culpa de lo primero). Se levanta.
Príncipe Pío. Se me cae un casco, y, a modo de despedida, la oigo masticar.


PD: Me he dado cuenta de que, casi siempre, los desconocidos me caen mal.

2 comentarios:

Unknown dijo...

a mi también! pero es culpa suya no nuestra

Mauers dijo...

Desde la primera línea se te ve con ganas de decir esa última frase. La PPD es el auténtico y único sentido de este post. Quieres nuestra complicidad... (sabes que la tienes)